Una Plaga De Orugas by Nigel Barley

Una Plaga De Orugas by Nigel Barley

autor:Nigel Barley
La lengua: spa
Format: epub
Tags: sci_culture
editor: www.papyrefb2.net


9. LUZ Y SOMBRA

Esa noche la cena estuvo muy animada. El pastor Brown había hecho suya la causa del proyecto hidráulico y convocó una conferencia. Su última innovación era la energía solar. Con bastante lógica, había llegado a la conclusión de que era un escandaloso desperdicio de recursos transportar gas y parafina hasta el corazón de África simplemente para quemarlos. Tras la investigación de sus catálogos favoritos de venta por correo, y la espera de rigor, había recibido una enorme batería de paneles solares que instaló en el tejado de su casa. Mediante el sencillo procedimiento de exponerlos a la cegadora luz del sol durante todo el día, lograba tener encendida una solitaria bombilla durante varias horas de la noche. Inmediatamente, suspendió toda otra forma de suministro de energía, lo cual obligó a su familia a moverse con linternas mientras la Gran Bombilla brillaba en la sala de estar. Y allí nos sentamos a cenar, parpadeando como puerco espines ante los faros de un automóvil.

A fin de posibilitar el suministro de la Gran Bombilla, se habían practicado en el techo grandes orificios. Se daba además la desafortunada circunstancia de que el tejado estaba habitado hasta rebosar por murciélagos de curiosa expresión burlona. Atraídos por la Gran Bombilla, descendían y describían círculos, proyectando enormes sombras en las paredes. Cegados por la Gran Bombilla, topaban regularmente con cualquier obstáculo o amenazaban con enredarse en el cabello de los comensales. Uno de los famélicos gatos había decidido aprovechar la situación y, con repentinos saltos, lograba abatir murciélagos que se llevaba a un rincón y devoraba con horrendos crujidos y sorbetones. De vez en cuando, estas sabandijas voladoras sumían al pastor Brown en un estado de rabia incoherente que lo llevaba a disparar un par de andanadas con la escopeta de aire que tenía junto a la silla en tanto vociferaba en fulani. Los invitados, el gato y otros miembros de la familia se echaban al suelo mientras fragmentos de murciélago y de yeso caían en la comida.

El misionero católico y el médico también se encontraban presentes, junto con un joven del Cuerpo de Paz. Reinaba la buena voluntad ecuménica. Todo el mundo realizaba corteses comentarios sobre la Gran Bombilla y, cuidadosamente, hacía caso omiso de los murciélagos.

Con la bendición del sous-préfet se decidió, como ya he dicho antes, que la ciudad debía tener agua corriente. Se trataba, en verdad, de una necesidad urgente. La mayoría de los fallecimientos de la zona se debían a enfermedades transmitidas por el agua. Poco sentido tenía que el médico dedicara tiempo y medicamentos al tratamiento de la bilharziosis y otras enfermedades parasitarias, pues, en cuanto la gente se acercaba al río — que todos usaban para lavarse, beber y verter aguas residuales —, volvían a infectarse. se contemplaron varias posibilidades. Se propuso el empleo de pozos. Ello hubiera resultado descabelladamente caro. Por otra parte, los pozos se contaminan fácilmente. Por fin se decidió que el único sistema viable era coger el agua de uno de los ríos de flujo constante que discurrían por los montes habitados por los doowayo.



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